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Magallanes

“Así somos los chilenos”: La excusa que nos estanca

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Por: Jonathan Cárcamo Gómez
Profesor diferencial y concejal por la comuna de Punta Arenas.

Dicen que el chileno es buena gente, pero vivo. Que es solidario en tragedias, pero se cuela en la fila del banco sin remordimientos. Que es trabajador, pero si puede sacarse una licencia médica para irse de vacaciones a Cancún, mejor. “Así somos los chilenos”, dicen por ahí. Y lo dicen con esa mezcla de resignación y orgullo mal entendido, como si fuera un rasgo entrañable de nuestra identidad.

Pero no, no es entrañable. Es un problema.

Lo ocurrido recientemente con funcionarios públicos que, con licencia médica en mano, terminaron paseando fuera del país mientras el resto seguía en sus puestos o esperando atención en el hospital, no es una anécdota más. Es el reflejo de una cultura que ha ido normalizando la pillería como si fuera parte del paisaje nacional. Saltarse la fila, estacionarse en lugares que impiden el paso, ocupar la caja preferencial del supermercado “porque total voy apurado”, pedir licencias falsas “porque me las merezco”… todo esto lo hemos ido envolviendo en papel de costumbre, cuando en realidad son pequeños fraudes diarios que erosionan la convivencia.

Y lo más grave es que no parecen actos maliciosos. No. Son “vivezas”, “cositas sin importancia”, “chilenismos”, que van minando nuestra ética cívica con la misma sutileza con que el óxido corroe el metal: lento, pero implacable.

¿Y qué decimos para justificarnos? La frase mágica: “así somos los chilenos”. Como si se tratara de un defecto genético o una herencia irrenunciable. Pero ojo: ningún país nace educado. La cultura cívica se construye, se enseña, se aprende. Y también, se desaprende. Porque si algo necesitamos con urgencia es desmontar ese relato que justifica la falta de respeto con identidad nacional.

Los países desarrollados no lo son solo porque reparten mejor la riqueza o tienen trenes que funcionan. También lo son porque sus ciudadanos entienden que respetar las normas no es una sumisión, sino un pacto. Que si hay un paso peatonal, se detienen. Que si no les corresponde la caja preferencial, esperan. Que si están enfermos, descansan. Y si no lo están, trabajan, aunque el Caribe esté en oferta.

Chile lleva años obsesionado con las cifras: crecimiento, PIB, inversión extranjera. Pero hay otro indicador que no aparece en los informes económicos: el capital cultural y social de una nación. Ese que se expresa en cómo nos tratamos, en cómo convivimos, en si entendemos que el espacio público es de todos. No se trata de ser perfectos ni de vivir con miedo a equivocarse. Se trata de hacernos cargo. De asumir que muchas veces, el “problema país” no está allá arriba, en La Moneda o el Congreso. A veces, está en cómo decidimos comportarnos cuando nadie nos está mirando.

La ética ciudadana no se delega, se ejerce. Y si queremos un país más justo, más digno y más vivible, habrá que empezar por cambiar el chip. Por dejar de romantizar la picardía, por enseñar a las nuevas generaciones que ser correcto no es ser tonto, sino valiente.

Así que no, no “somos así”. Somos como decidamos ser.

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