Columnista
Evelyn Gómez: El miedo
En nuestra ciudad rondan tantos miedos, que es difícil recordar al Punta Arenas combativo, valiente y que elegía erguido dar la batalla. Lo digo porque estamos funcionando como una ciudad enorme que ha dejado de decir lo que piensa, ha cesado de señalar la injusticia, cada vez tiene menos ganas de conexiones comunitarias. Nos hemos replegado cada uno a su casa, no saludamos ni conocemos a los vecinos, cuidamos celosamente lo que tenemos, no levantamos la voz ante tanto descalabro en los trabajos donde estamos ¿y por qué? Porque tenemos miedo, miedo a perder… miedo a que nos echen de los trabajos, miedo a que nos roben las pertenencias, miedo a que a nuestros hijos alguien los “mal influencie”, miedo de perder el estatus, miedo a no tener dinero, miedo a mezclarnos con la pobreza… le tenemos miedo a todo.
El “miedo” es el nombre que otorgamos a nuestra incertidumbre, a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer o no, para detenerla en seco, o para combatirla. El miedo es un sentimiento que conocen todos los seres vivos. De hecho, los seres humanos compartimos esa experiencia con los animales. Pero a diferencia de los animales, el miedo para nosotros, es una secuencia de fotos en nuestra conciencia, la podemos describir mejor que cualquier cosa. Podemos enumerar en una lista los miedos propios, pero nos daremos cuenta que siempre descubriremos otros, que emergen casi a diario y que no todos ellos están en la dimensión de lo real.
Resulta extraña esta situación, porque si nos miramos a nosotros mismos arrastrando nuestros miedos, nos encontraremos que el peligro real, esa amenaza que podemos ver y tocar, pocas veces se hace presente. Así, esos largos periodos de desasosiego, ansiedad, oscuras premoniciones, días de aprensión y noches sin dormir, sólo terminan en alivio cuando nos enfrentamos a la realidad.
¿Qué sentido tiene torturarse con el miedo a perder el trabajo, antes de tiempo, por ser de un bando político u otro? Ese fenómeno terrible puede ser perfectamente “una persecución” proveniente de una interiorización del mundo que incluye inseguridad y vulnerabilidad –o por aprendizaje vicario, vimos a alguien a quien le sucedió-, y desde esa perspectiva cada amenaza que llegue, independiente de su naturaleza, sólo se cernirá sobre nosotros y envenenará los días que deberíamos haber disfrutado, actuado o manifestado nuestro descontento.
Ante esta situación, debemos ser cautos y no caer en paranoias que nos inmovilicen. De hecho, sucede algo muy curioso en nuestra sociedad, que tal vez no percibimos. Se establecen mecanismos para hacernos llevadero vivir con miedo –a perder-. Nos convencen que los podemos ahuyentar temporalmente. ¿Cómo? Con el lema “disfrute ahora, pague después”. Así, asumimos riesgos –calculables pero no predecibles-, pero el miedo –a perder- no desaparece.
¿Cuáles son sus miedos? ¿Seguirá gastando para convencerse de que tiene el control sin perder nada? Esa no es la solución. Combata su inseguridad y su vulnerabilidad. Confíe y sea cordial con quienes lo rodean.